miércoles, 31 de julio de 2013

Prohibido olvidar

No olvidemos a los muertos de la “transición”

| Por Odelín Alfonso Torna
LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org –Hoy, exactamente a las 9 y 15 pm,  se cumplen siete años desde que Fidel Castro, en proclama leída por su asesor Carlos Balenciaga, delegara en su hermano todas sus funciones por problemas de salud. Desde entonces a la fecha, ocho opositores han muerto bajo la batuta de Raúl Castro, dos como consecuencia de un prolongado ayuno y el resto de manera sospechosa. Es de temer que estos hechos se tornen irrelevantes.
Mientras la nomenclatura amaga con una glasnost a lo caribeño (engañosos indicios de apertura, bajo perfil represivo, desde el segundo trimestre del año en curso), los golpes a la oposición interna pudieran rediseñarse. Que nadie se llame a engaño: Vivimos el fin de una dictadura ya sin respaldo moral e ideológico, aunque sigue pagando por conseguirlo en sus lobbies y prestaciones internacionales.
¿Prevalecerá en la memoria de la disidencia interna y de la prensa independiente las muertes de Miguel Valdés Tamayo, Wilfredo Soto, Orlando Zapata Tamayo, Adrián Leiva, Wilmar Villar Mendoza y Laura Pollán? ¿Se exigirá justicia, en el día después, frente a hechos como el acontecido el 22 de julio de 2012, cuando Oswaldo Payá Sardiñas y Harold Cepero, miembros del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), se convertían en las más recientes víctimas de la “transición”?
Si hurgamos en los antecedentes, salvo la muerte del preso político Miguel Valdés Tamayo, un técnico en electrónica con problemas cardiovasculares, el resto le vino como anillo al dedo al gobierno. Recordemos que entre las víctimas hay dos premios Andréi Sájarov: Payá Sardiñas (2002) y Laura Pollán (2006).
¿Laura murió realmente como consecuencia de un paro respiratorio? ¿Fue impactado intencionalmente el auto en que viajaban Oswaldo Payá y Harold Cepero? ¿Por qué el cuerpo del periodista independiente Adrián Leiva, supuestamente ahogado cuando intentaba regresar del exilio por un punto del litoral norte occidental, se le entregó a la familia quince días después? ¿En manos de quiénes estaban las vidas de los ayunantes Orlando Zapata Tamayo y Wilmar Villar Mendosa?
Lo peor no es que los responsables consigan salir ilesos, en el día después, sino que la sociedad civil les despeje el camino. Tamaña responsabilidad no solo recae en el gobierno, sino también en lo que pueda hacer el día de mañana el movimiento opositor. Pero, ¿existe en la agenda opositora interés por desentrañar estos sucesos?
Mientras se abría el telón de las prohibiciones, y los cubanos abrazaban la iniciativa privada, ocho opositores estaban predestinados a morir. Se distorsionaron los partes médicos, las causas de muerte, incluso el lugar y el tiempo de los velatorios estuvo en manos de la Seguridad del Estado. La cobertura informativa y el peritaje oficial del accidente de Oswaldo y Harold, no logró convencer a la opinión pública nacional e internacional.
Según optimistas de la oposición pro democrática –entre los que me incluyo-, la “transición” en Cuba está en curso, una fórmula para ganar tiempo y dejar el poder en manos de los herederos Castro Espín o Castro Soto del Valle, la “nueva generación” de caudillos.
Pero ahora que se abren espacios en eventos o exámenes regionales sobre derechos humanos, es aconsejable iniciar los expedientes para el juicio final. Aunque se reformulen los métodos represivos y los victimarios se escurran en puntillas de pie, como suele pasar al término de las dictaduras.



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martes, 30 de julio de 2013

Golpiza a activista de UNPACU en las Tunas

La culpa no es de los orientales

| Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -Siempre en verano, año tras año, resulta fácil notar cómo La Habana experimenta un alza de consideración en el número de sus habitantes. No es que ocurra únicamente en julio y agosto, pero por alguna razón (que aún espera por un serio examen de los especialistas), en estos meses se revientan las compuertas para dar paso a muy particulares oleadas de emigrantes desde el interior de la Isla. Y entre los que llegan, me temo que la mayoría lo hace para quedarse.
Lamentablemente, hay que hablar en términos especulativos, tanto en este caso como en muchos otros de cardinal importancia para la compresión de la crisis socioeconómica que hoy sufrimos. No es posible consultar estadísticas confiables, porque no existen, o no están a nuestro alcance. Las instituciones gubernamentales sólo dejan constancia de los datos que favorecen al régimen, o de aquellos que por algún motivo éste considera admisibles dentro de su estilo de hacer historia. Es uno de los escollos que deben enfrentar quienes aspiran a ser cronistas imparciales del presente. Y lo que es todavía peor, encierra una muy grave limitación, tal vez insalvable, para los historiadores del futuro.
Pero como quiera que la vista hace fe, quizá no sea necesario disponer de estadísticas, siempre frías y manipulables, para tomar como cierta esta fluencia masiva desde el interior hacia la capital, que, vaya usted a saber por qué, se dispara especialmente en los meses de verano. De igual modo, no haría falta consultar los mapas urbanísticos para saber que tales oleadas de emigrantes terminan asentándose, mayoritariamente, en la periferia, donde, hoy por hoy, existen ya cientos de pueblos, comunidades, villas miseria, creados por ellos, sin el respaldo oficial y con frecuencia en abierto desafío a las autoridades del régimen.
La Habana se ha venido ensanchando, en forma desproporcionada, por los extremos de sus cuatro puntos cardinales. Y es este un fenómeno dramático, por cuanto en la misma medida en que crece, no dejan de aumentar sus limitaciones de infraestructura y, claro, la cifra de sus problemas socioeconómicos.
A la pobre gente del interior, y de manera muy marcada a los de las provincias orientales, le ha tocado bailar con la más fea en esta historia, puesto que además de verse obligada a emigrar –por imperativos de la miseria-, dejando atrás su suelo natal, con todos sus afectos, para abrirse camino, desde el fondo de la pobreza, en una ciudad de por sí pobre y sin expectativas, también debe enfrentar la hostilidad regionalista y el egoísmo propio –quizás hasta lógico- de quienes ven en ellos el agravamiento de la tragedia, ya crítica, de los capitalinos.
El mal, naturalmente, tiene un solo culpable, el régimen fidelista, al cual, por demás, debe venirle bien que la gente de a pie nos dediquemos a marear la perdiz culpándonos y repudiándonos unos a los otros. También tiene un origen, con acontecimientos específicos y fáciles de pormenorizar en el almanaque, con todo y que los estudiosos de las ciencias sociales no se animen a meterle el seso.
Policías, maestros emergentes, constructores, trabajadores sociales
Desde el triunfo de esto que aún llaman la revolución, el régimen (y más concretamente Fidel Castro) demostró un distintivo interés por violentar la composición socioeconómica de los habitantes de La Habana. Era lógico suponer que a los capitalinos, por vivir un tanto más cómodamente y con mayor nivel de información que el resto de la población, les resultaría más difícil adaptarse a las condiciones de pobreza extrema y de sometimiento total que muy pronto, pasado el entusiasta embuche de los primeros días, nos vendría encima.
Vio entonces el régimen caer por su peso la necesidad de evitar riesgos. Pero, ¿cómo evitarlos? Esperar que la gente de la capital emigrara espontáneamente hacia el extranjero, como al final ha ocurrido, era algo para lo que no disponían de tiempo ni paciencia. Tampoco podían trasladar a los habaneros hacia el interior del país, aunque no dejarían de intentarlo. La solución estaba, pues, en imponerles un cambio en las condicionantes sociales, económicas y, por supuesto, de mentalidad. Y para que eso fuera posible, iba a resultar imprescindible alterar, en número, su composición clasista.
Entonces comenzaron las oleadas. Primero, fueron los integrantes del ejército rebelde. Después, cientos de miles de estudiantes, cuyo arribo a la capital resultó, en principio, comprensible, toda vez que en el interior apenas existían escuelas especializadas. Pero ocurrió que más tarde fueron los reclutas del servicio militar. Y detrás, decenas de contingentes de trabajadores para las más disímiles tareas, en particular para las obras constructivas. Y detrás, los policías. Y los maestros emergentes. Y los trabajadores sociales. Y en todos los casos queda por descontado que no sólo fijarían residencia permanente aquí, sino que iban a cargar con la familia. Y esa familia también cargó con su familia…
No es de extrañar por ello que los nuevos barrios de edificios altos, numerosos y repletos, que se construyeron en La Habana en los 60, 70 y 80, sobre todo, no hayan sido suficientes, no ya para resolver, ni siquiera para aliviar la drástica situación de la vivienda en esta ciudad. Y eso que finalmente es cierto que una gran parte de los habaneros “naturales” viven hoy fuera de Cuba. Tan cierto como que los habaneros de reciente hornada tienen motivos (aunque no tengan pizca de razón) para mirar con alarma la continuación del alud migratorio.
Al menos para mí, resulta obvio que ante el imperativo de “descontaminar” la capital de parroquianos con espíritu pequeño burgués, al régimen se le alumbró el bombillo con la idea de apretujarlos entre los pobres del interior. Con esto, no sólo conseguía crear un desbalance favorable en su composición social, sino que además, sin invertir nada, sin el menor esfuerzo (como es su práctica habitual), les mejoraba la vida a nuestros paisanos del interior y aseguraba con ello su incondicional apoyo. Fue una jugada maestra, sin duda, y con ganancia doble.
Y ya que se trataba de inundar la capital con habitantes de otras regiones de la Isla, ninguna tan idónea como la oriental, superpoblada y empobrecida hasta los topes. Además, a los orientales, con su muy bien ganada fama de rebeldes, no sólo resultaba importante contentarlos, también era menester tenerlos cerca.
Por lo demás, ni a los habaneros ni a los orientales ni a nadie en esta isla les estaba dado prever los planes del régimen. Y a quien los previera, parece que no le estaba dado impedirlos. Así que de aquellas polvaredas surgieron estas fangosidades.
Hoy, aun cuando haya variado la estrategia del régimen, no cambiaron las condicionantes para la emigración. Todo lo contrario. Si bien hay caos en La Habana –y en grado sumo en su periferia, donde la pobreza y la violencia toca fondo en estos días, y no por casualidad en las comunidades levantadas por los emigrantes-, la tragedia del interior se ha agudizado, hasta alcanzar el colmo en la combinación draconiana de pobreza, falta de oportunidades y represión policial.
No es casualidad entonces que aun cuando en el presente verano la periferia habanera está que arde, superpoblada, hambreada y singularmente violenta, no hayan dejado de desembarcar en sus predios las habituales oleadas migratorias. Digamos que son como los cementerios, donde siempre cabe uno más.


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lunes, 29 de julio de 2013

Apuntes para la transición

  • La reconstrucción democrática solo será posible si se involucra al mayor número de cubanos.
  • La oposición debe articularse y proyectarse dentro y fuera de la Isla con un peso cívico y político.
  • Debemos mostrar que somos una opción de gobernabilidad, capaz de generar un entramado político y jurídico que llene cualquier vacío.
El panorama político de la Isla se ha dinamizado en los últimos tiempos. En la arena internacional el hecho de mayor impacto ha sido sin dudas la muerte de Hugo Chávez y su sucesión materializada en Nicolás Maduro, un hombre con muy pocas herramientas políticas, que a pesar de muchos pronósticos ha logrado, por ahora, mantener cierto equilibrio. Sin embargo, la difícil situación económica por la que atraviesa Cuba y el incierto escenario chavista, hacen que el totalitarismo cubano evite apostar todas sus cartas a Venezuela.
Para la elite en el poder, el tiempo, como parte de la ecuación política, se convierte en la variable más importante. El relanzamiento de su posición en la arena internacional pasa a ser parte de sus prioridades. Mostrar un nuevo momento en las relaciones con Europa y Estados Unidos se vuelve vital en la búsqueda de nuevos socios económicos y políticos que le brinden estabilidad y legitimidad.
En el interior de la Isla, las transformaciones en el sector económico no generan una nueva impronta dado los años de estatismo acumulado, la descapitalización y la precaria situación de múltiples sectores. Un proceso de verdaderas reformas implicaría acciones más profundas que dinamicen una realidad que ya se anuncia como desastre social, reconocido incluso por Raúl Castro en su última intervención. Pero el miedo a perder el control se convierte en obsesión y principal obstáculo.
La posibilidad de viajar de algunos opositores representa en este sentido el paso más audaz que ha dado la elite en el poder, una clara apuesta a mejorar su imagen en el exterior y sacudirse el estigma de la falta de libertad de movimiento. Es muy probable que esta movida esté manejada bajo el presupuesto de que algunos tragos amargos no serán más que eso, que la realidad seguirá metida en su habitual camisa de fuerza, porque los opositores no pasaremos del nivel mediático y al regresar a Cuba, el control absoluto de la Seguridad del Estado y la falta de articulación social, mantendrán todo en su lugar.
Ante este escenario se hacen necesarias algunas preguntas: ¿Está la sociedad cubana en condiciones de pujar por mayores espacios de libertad e independencia? ¿Puede la oposición capitalizar políticamente sus viajes? Entiéndase por capitalizar nuestra capacidad de articularnos y proyectarnos dentro y fuera de la Isla como fuerzas prodemocráticas con un peso cívico o político en cada caso. Proyección que nos permita también terminar con el nefasto juego de gato y ratón con el que la Seguridad del Estado, como brazo del sistema, nos ha mantenido ineficientemente ocupados. Se vuelve entonces imprescindible madurar como oposición y sociedad civil, lograr expandir las grietas de un sistema agotado que sostiene el control y el ejercicio de la violencia de Estado como elementos de contención social.
La experiencia de múltiples transiciones muestra la importancia de comprender el momento del cambio como un paso dentro del proceso de reconstrucción nacional, visto como un punto de inflexión no discontinuo. En un escenario extremo como el que enfrentamos, una transición exitosa implicará necesariamente la activa participación de capital humano preparado, con un fuerte compromiso social y una clara visión de la nación que desea construir.
Sin un tejido social que represente cuando menos un microcosmos del meso y macrocosmos que visualizamos, será muy difícil edificar una democracia funcional. Los ejemplos fallidos son abundantes y resulta irresponsable omitirlos. La conocida "primavera árabe", devenida "invierno", es el caso más reciente que muestra que la instauración de un sistema político necesita un proceso de maduración y articulación de su sociedad civil. Imaginar el cambio y la reconstrucción de un país roto, fragmentado, no solo en el aspecto físico sino también en su dinámica social e individual, resulta ejercicio primordial si pretendemos la construcción de una democracia que contenga los ingredientes de toda nación moderna.
Como oposición debemos romper con paradigmas que impliquen regresión y copia de lo que se ha vivido, en el que símbolos gloriosos, épicos y personalismos juegan un papel significativo. Un imaginario que cifra demasiadas esperanzas en una "chispa" expansiva y que suele aplazar un trabajo efectivo con vistas al mediano y largo plazo.
Sería saludable igualmente reajustar una idea que ha dominado nuestras mentes durante más de medio siglo postrepublicano: la anhelada unidad de la oposición como única vía de presión efectiva para promover el cambio. Consideramos que el protagonismo principal de la transición debe recaer sobre la sociedad civil, mientras la oposición, como actor político, con un discurso y una acción coherente, debe pujar porque su representatividad tenga el alcance y la penetración necesaria.
El viejo Hegel llevaba razón al afirmar que "todo lo que un día fue revolucionario se vuelve conservador". Las palabras pierden su sentido original y se resemantizan al cambiar el contexto que las alimentó y sostuvo, tan es así que la propia lógica de las revoluciones se vuelve en su contra.
El acto verdaderamente revolucionario es un gesto brusco, un momento de ruptura que trastoca el orden establecido. Las revoluciones todas, incluyendo las científicas, están diseñadas para transformar,  socavar las bases del modelo o paradigma anterior y, de esa manera, echarlo abajo.
Entonces, lo novedoso en nuestros días es entender esa posible brusquedad como un instante dentro de un proceso, que debe estar permeado de los ingredientes que conforman las sociedades modernas, el conocimiento, la información, el pensamiento, el arte, la tecnología. La revolución es un momento de la evolución, pero no a la inversa.
En la segunda década del presente siglo no podemos pensar en ningún proceso social sin tomar en cuenta el carácter transnacional de los mismos. En nuestro caso sería imposible analizar un tránsito a la democracia y un proceso de reconstrucción sin involucrar a la diáspora y al exilio con sus actores políticos. Si bien ellos no están anclados en la cotidianeidad de la Isla, son elementos vivos de la nación y como tal gravitan en ella. En eso el cubano de a pie no se equivoca. En el imaginario del cubano una parte importante de la solución de nuestros problemas está en Miami (como genéricamente se define a la diáspora). La visión moderna de las sociedades contemporáneas debe llegar y, en nuestro caso, componerse en gran medida a través de una constante retroalimentación entre la Isla y su diáspora. La oposición y el exilio deben ser, justamente, la bisagra que haga posible tal articulación.
Y este es, a nuestro modo de ver, el otro elemento que terminaría encuadrando el escenario cubano: cómo se imbrica en lo adelante la oposición con una sociedad civil transnacional de tal modo que la lógica binaria de lo interno y lo externo, de las figuras del "cubano de adentro" y del "cubano de afuera" llegue a su fin, para lo cual no es suficiente con reconocer, en un plano discursivo (como también lo hace el régimen) que no hay diferencias entre nosotros, que somos iguales, etc. Es algo más: somos un solo e indivisible cubano y ese único cubano debe tener su derecho a ejercer el voto y a influir en el presente y el futuro político de su país no importa en qué lugar del planeta se encuentre o resida. Se trata, para la oposición y el propio exilio, no solo de un problema político, sino conceptual.
Como actores políticos debemos mostrar que somos una opción de gobernabilidad, exponer el capital humano del que disponemos, la capacidad que poseemos de generar un entramado político y jurídico capaz de llenar el posible vacío que dejaría la nomenclatura unipartidista; demostrar que podríamos garantizar la seguridad no solo para el país sino para toda la región y por último, aunque no menos importante, la capacidad para rebasar las campañas de los castristas en eventuales elecciones libres.
Este sería, quizás, el escenario más deseable en términos de expansión de la sociedad civil transnacional y del correlativo constreñimiento del Estado totalitario. Estemos, pues, alertas para no confundir sucesión con transición; aprendamos a vernos y sentirnos como cubanos a secas y exijamos nuestros plenos derechos civiles y políticos, económicos, sociales y culturales como aparecen reflejados en ambos pactos de la ONU. Admitamos que para la transición es tan necesario el capital humano disperso por las instituciones del Estado como las habilidades, el conocimiento y capital financiero de aquellos que han tenido que crecer lejos ―aunque no fuera― de su patria.
El problema de la nación cubana es hoy el problema de la transición y la reconstrucción democrática, proceso que será posible solo si se involucra al mayor número de cubanos, vivan donde vivan. No decimos que la patria es de todos, lo cual es una declaración de jure; decimos que todos, juntos, hacemos la nación cubana, lo cual es ya una declaración de facto.


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Chong Chong Gang: del paso inocente al delito internacional

| Por Alberto Méndez Castelló
PUERTO PADRE, Cuba, julio, www.cubanet.org -El canal de Panamá está abierto al paso inocente de buques, dice mi diccionario de Derecho Internacional. Por “paso inocente”, se entiende el hecho de navegar por las aguas territoriales de Estados ribereños, con el fin de atravesar su jurisdicción sin penetrar en las aguas interiores.
“El paso es inocente mientras no sea perjudicial para la paz, el buen orden y la seguridad del Estado ribereño”, precisa el tomito en pasta verde y letras doradas que ahora releo, por cierto, editado por la Editorial Progreso, de Moscú, en época de la URSS. Así que muy bien los asesores jurídicos del general Raúl Castro pudieron consultar, junto con los contratos para la importación de los misiles Volga y Pechora, algún ejemplar de este diccionario.
Es obvio que en esta olla de grillos en que está metido el barco coreano, pillado in fraganti en aguas territoriales panameñas, mientras transportaba de contrabando armamento cubano, ha incidido un muy mal asesoramiento legal, como no sea una culpa de delito internacional manifiesta, valga decir un desprecio público y notorio por lo legislado para el Derecho Internacional.
Por lo demás, no es preciso ser un abogado internacionalista de grandes miras para, a la luz del Derecho Internacional, o de las costumbres universalmente aceptadas, encuadrar un delito de contrabando y otro contra la paz, en este caso.
“Panamá califica contrabando armas cubanas iban en barco,” afirmó titular de la AFP, del pasado día 17. No es que las autoridades judiciales panameñas así lo califiquen porque les viene en ganas, sino que, ajustado al Derecho Internacional, esa es la calificación congruente con los hechos.
La definición de “contrabando”, según el diccionario antes citado, especifica: objetos, materiales o sustancias pasadas clandestinamente a través de la frontera estatal al territorio de un Estado o desde el territorio de un Estado que tiene prohibida su importación o exportación. En el caso de que el contrabando haya sido descubierto por las autoridades competentes, pueden tomarse medidas administrativas o proceder a acción penal contra las personas que lo llevaran, en dependencia del contrabando”.
Si esos hechos ocurridos en Panamá hubieran ocurrido en Cuba, o en Corea del Norte, ¿imaginan los lectores qué les esperaría a los marinos implicados?
Alan Gross, el contratista estadounidense, que hoy cumple 15 años de prisión en Cuba, no introdujo en la Isla cohetes y aviones cazabombarderos camuflados bajo sacos de azúcar. Llegó por el aeropuerto de La Habana, consignando ante las autoridades aduaneras los objetos que más tarde empleó la policía política como evidencia ante el tribunal, que lo condenó por violación del artículo 91, del Código Penal. Esto es, por “Actos contra la Independencia o la Integridad Territorial del Estado”, y donde además se expresa: “El que, en interés de un Estado extranjero, ejecute un hecho con el objeto de que sufra detrimento la independencia del Estado cubano o la integridad de su territorio, incurre en sanción de privación de libertad de diez a veinte años o muerte.”
Quienes ahora pretendieron pasar armas de contrabando en un barco coreano, por las aguas interiores de la República de Panamá, son los mismos que, en abril de 2003, sancionaron con la pena de muerte por fusilamiento a tres jóvenes por robar una lancha para huir de Cuba.


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Marcha protesta en la ciudad de Placetas

La relación salario-corrupción


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A los bajos salarios, los cubanos respondieron con actividades alternativas; a la ausencia de sociedad civil, con la vida sumergida; a la falta de materiales, con el robo al Estado; y al cierre de todas las posibilidades, con el escape al exilio.


La experiencia, avalada por las ciencias sociales, enseña que el interés es un motor insustituible para el logro de objetivos. En el caso de la economía, la propiedad sobre los medios de producción y el monto de los salarios influyen decisivamente en el interés de los productores. Cuando ese interés desaparece como ocurrió en Cuba con el proceso de estatización, la impedimenta para ser propietario y/o recibir salarios en correspondencia con sus aportes, obligó al cubano a buscar fuentes alternativas para subsistir mediante la apropiación de la supuesta propiedad de todo el pueblo.
Esa conducta, prolongada durante demasiado tiempo, devino componente de la moral, es decir, en normas admitidas socialmente hasta su generalización en toda la sociedad. A los bajos salarios los cubanos respondieron con actividades alternativas; a la ausencia de sociedad civil, con la vida sumergida; a la falta de materiales, con el robo al Estado; y al cierre de todas las posibilidades, con el escape al exilio. Acciones expresadas con el mismo discurso del siglo XIX, pero ahora no para abolir la esclavitud ni alcanzar la independencia, sino luchar para sobrevivir. Una conducta recogida en la expresión popular: "Aquí lo que no hay es que morirse".
Ante esa realidad la respuesta gubernamental se concentró en la represión: policías, vigilancia, restricciones, inspectores e inspectores de los inspectores, expulsiones, condenas y encarcelamientos. Acciones sobre los efectos sin tener en cuenta que las soluciones pasan por el reconocimiento y la acción sobre las causas.
En la clausura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 7 de julio pasado, el Primer Secretario del PCC, Raúl Castro, expresó que la implementación de los Lineamientos requiere de un "clima permanente de orden, disciplina y exigencia en la sociedad cubana y que el primer paso es hurgar en las causas y condiciones que han propiciado este fenómeno a lo largo de muchos años. A ello añadió: Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de 20 años de período especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás". Enumeró las manifestaciones negativas, de todos conocidas, entre ellas, que "una parte de la sociedad ha pasado a ver normal el robo al Estado", para concluir que: "Lo real es que se ha abusado de la nobleza de la revolución, de no acudir al uso de la fuerza de la ley, por justificado que fuera, privilegiando el convencimiento y el trabajo político, lo cual debemos reconocer que no siempre ha resultado suficiente". Y reconocer que "hemos retrocedido en cultura y civismo ciudadanos".
A pesar de lo declarado, faltó reconocer que las subvenciones recibidas del exterior, basadas en relaciones ideológicas y por tanto ajenas a las leyes económicas, fueron inútiles para promover el desarrollo y que en su lugar, esa "ayuda" solapó la ineficiencia del modelo cubano, hasta que el derrumbe del campo socialista develó la falsedad de las bases en que se sustentaba. En ese momento, en vez de enrumbarse definitivamente hacia la conformación de una economía propia y eficiente, el Gobierno se limitó a introducir cambios coyunturales en espera de mejores tiempos, hasta que las nuevas subvenciones, provenientes de Venezuela, permitieron detener las reformas.
El intento de ignorar que el sistema interrelacionado de elementos que conforman la sociedad sufre mutaciones permanentes, las cuales cuando no son atendidas a tiempo obligan a reformar toda la estructura social, ha caracterizado al gobierno de Raúl Castro, quien dotado de suficiente voluntad política para conservar el poder, pero sin la necesaria para emprender reformas estructurales, decidió profundizar los cambios dirigidos a lograr una economía propia y eficiente, pero subordinados al mantenimiento del poder, lo que explica las limitaciones y los fracasos del empeño. En medio de esos esfuerzos, las reñidas elecciones presidenciales celebradas en Venezuela a principios del año 2013, dispararon la alarma sobre la fragilidad de las subvenciones provenientes del país sudamericano, lo que ha puesto a la orden del día, sin posibilidad de retroceso, la imperiosa necesidad de profundizar las reformas iniciadas.
Sin embargo, tanto las primeras medidas implementadas, como las más recientes, al producirse en ausencia de una sociedad civil con capacidad para influir en ellas, ha determinado que el sujeto de los cambios sea el mismo que arribó al poder en 1959, el cual por su prolongada duración tiene intereses que defender y es responsable de todo lo bueno o malo ocurrido; una característica que le impide actuar como lo podría hacer un movimiento que arriba al poder por vez primera. Por esa razón el alcance, la dirección, la velocidad y el ritmo de los cambios han respondido a la conservación del poder.
Inmerso en la contradicción de avanzar sin reformas estructurales, el Gobierno está enfrentando el inmenso obstáculo que significan los desajustes ocurridos en el sistema social durante décadas. Entre ellos el efecto dañino que ha tenido la desproporcionada relación entre los salarios y el costo de la vida, así como su reflejo en la corrupción imperante.
El salario real debe ser, al menos suficiente para la subsistencia de los trabajadores y sus familias. De acuerdo a esta exigencia el salario mínimo permite la subsistencia, mientras los ingresos por debajo de ese límite marcan la "línea de pobreza". Desde 1989, cuando un peso cubano equivalía a casi nueve de los actuales, la tasa de crecimiento del salario comenzó a ser inferior a la tasa de aumento de los precios, lo que explica, que a pesar de haberse producido aumentos en el salario nominal, la capacidad de compra ha disminuido, al punto que resulta insuficiente para sobrevivir.
Con el salario promedio mensual, alrededor de 460 pesos (menos de 20 CUC), no se pueden cubrir las necesidades básicas. Un estudio realizado en dos núcleos familiares, compuesto de dos y tres personas respectivamente, arrojó que el primero ingresa 800 pesos y gasta 2391, casi tres veces más que el ingreso; el otro ingresa 1976 pesos y gasta 4198, más del doble de lo que ingresa. El primero sobrevive por la remesa que recibe de un hijo que radica en Estados Unidos, mientras el segundo no declaró como adquiere la diferencia. Esa desproporción constituye la principal causa que, ante la pérdida de la función del salario, la familia cubana se haya dedicado masivamente a buscar fuentes alternativas de ingresos para sobrevivir, en la mayoría de los casos mediante actividades al margen de la ley.
Como solo se puede distribuir lo que se produce, el Gobierno se enfrenta a una compleja contradicción. Los cubanos, desmotivados por salarios que no guarda relación con el costo de la vida no están dispuestos a producir y sin aumento de la producción no pueden mejorar las condiciones de vida. La solución no está en llamados ideológicos ni en que el pueblo le salga al paso al pueblo, sino en reconocer al Estado como el causante principal de esa anomalía y en consecuencia descentralizar la economía, permitir la formación de una clase media, destrabar todo lo que frene el aumento de la producción, hasta ser posible la unificación de las dos monedas que permita proceder a una reforma salarial. Todo ello implica profundizar las reformas hasta dotarlas de un  carácter integral, lo que incluye, por supuesto, el restablecimiento de las libertades ciudadanas, algo que hasta ahora el Gobierno se ha negad


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